Stephen Glass, en síntesis, inventaba historias, creaba fuentes falsas y hasta personas y empresas que sustentaran sus fascinantes falacias. Su farsa salió a la luz cuando escribió una nota sobre una empresa de software que fue hackeada por un niño al cual lo compraron con regalos extravagantes para que deje de irrumpir en su sitio web. Una revista digital fue la que investigó a fondo a los personajes que el artículo nombraba, así como datos de la empresa demandante y llegaron a la conclusión de que no existía nada de lo referido. El editor de esta revista virtual contacto al editor de "The New Republic" para confirmar nombres y teléfonos de las personas implicadas en el caso. Este le preguntó a Stephen sobre los datos exactos y el continuaba ocultando todo bajo un manto de mentiras. Al final de la película se descubrió que Glass había creado más de una noticia, lo cual provocó su inmediata expulsión.
Inventar noticias y engañar a los lectores no es nada ético, no es correcto crear historias fantásticas para conseguir lectores, mucho menos si esta se presenta en una revista importante. Aun así, cualquier medio informativo debe trabajarse con objetividad, imparcialmente y sobre todo con veracidad. Stephen Glass no respetó el código periodístico y tuvo bien merecido su expulsión. Los lectores no merecemos ser engañados y esta película nos deja pensando en cuantas historias "fantásticas" merodean por los medios. Al final del día uno se queda con la incertidumbre de si lo que leyó, vio u oyó es verdad o pura ficción. Los periodistas deben ser objetivos y dejar sus opiniones de lado y sobretodo contar la verdad como sucedió, no como la percibieron.